HABLAR CON DIOS
Salvador Cortés Pedraza
Hablar con Dios, siempre es
orar. Siendo esto así, debemos guardar el necesario cuidado cuando, con el
Señor, hablamos. Por causa de una falta
de respeto vamos a cometer un pecado, que,
fácilmente podríamos evitar, con solo tener en cuenta, la majestad del Creador.
Yo me maravillo ante el
desconocimiento que a este respecto se ven en las congregaciones, porque, si en
las congregaciones andamos con semejantes errores, qué no será cuando estamos
en la calle.
La oración perfecta no debe
nacer de nuestro cerebro, sino de nuestro corazón, porque nuestro cerebro es
capaz de buscar palabras bonitas y biensonantes para decorar nuestro hablar,
mas esta posibilidad o facultad, no la tiene el corazón.
Oramos demasiado con la
cabeza y poco con el corazón. Con la cabeza incluso podemos aprender palabras
que realmente no entendemos y decirlas sin el menor impedimento por parte de
nuestro corazón. Esto no ocurrirá de ninguna manera, si el Espíritu habita en
él. Buscar a Dios es uno de los mandamientos de Dios; el primero, dice también la Palabra. Debemos tener conciencia
de que hablamos con nuestro Creador y, si no entendemos lo que decimos, no
debemos decirlo. Dios también tiene en cuenta la atención y empeño por no
ofenderle que pone la persona que se dirige a Él.
Algunos se parapetan tras su
propia ignorancia para autoaprobarse, pero Dios no les va a justificar.
Queremos ser obreros del Señor para trabajar sin adiestramiento. Queremos ser
soldados de Dios sin hacer instrucción, mientras que para el mundo nos
preparamos concienzudamente. He visto ha muchos justificarse y justificar a los
demás, como si lo que debiéramos saber fuera tan difícil; pero si lo miramos
bien, es algo casi natural, algo que lo saben hasta las plantas.
Una mañana recibo una
llamada: un hermano me llama para decirme que no podría venir al culto, había
muerto su perrita y debía arreglar el asunto del sepelio o incineración del
animal. Mi esposa, una persona, que apenas tiene cultura, se sorprendió y
disgustó un poco. Yo, que soy capaz de escribir esto, valoré la pena que mis
hermanos tendrían, porque sabía que amaban mucho a su perrita y les dije que no
pasaba nada y que me hacía cargo de su problema. Sin embargo, la sorpresa de mi
esposa, me hizo recapacitar y llevarme a sentirme mal. Por supuesto que pedí
perdón al Señor, porque si no lo hago el pecado habría sido doble. Lo que se
necesita saber para entender la importancia del Creador, nada tiene con las
matemáticas, ni con la historia ni con el saber escribir o no. En el
conocimiento de Dios no debemos ponernos metas: Dios añade según nuestros
deseos, pero Dios añade lo necesario y sabemos que, el mucho saber, no es
precisamente, algo eximente, sino todo lo contrario.
También al ser preguntado por
otro hermano al ver que faltaba el herma-no. Yo le dije lo ocurrido. Él se sonrió
y, yo le pregunté. ¿Por qué sonríes? Él
solo me dijo: “Deja que los muertos encierren a los muertos”. Mi sorpresa fue
mayúscula, porque yo sabía que aquel hermano no tenía nada de cultura, ni
siquiera lo elegíamos para orar, porque en público se atragantaba y no podía
decir nada. Él nos había pedido que no le sacásemos porque pasaba mucha
vergüenza al quedarse sin saber qué decir. Sin embargo, el gozo para mí, fue
extraordinario, porque ambos se habían dado cuenta de que Dios les parecía más
importante que todo lo que nos rodea; aunque se trate del ser más querido, Dios
debe estar por encima de él. Este conocimiento es el que nos lleva a aprender
que cuando le decimos a Dios que es Omnisciente, sepamos lo que estamos
diciendo.
¡Hoy estamos tan distraídos!
¡Son tantas cosa a nuestro alrededor que nos entretiene! Tenemos poco tiempo
para mirar retrospectivamente, mirar nuestro interior, que olvidamos que es una
mansión que debe estar dispuesta para ser habitada por Aquel que todo lo
controla.
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