domingo, 24 de marzo de 2019

HABLAR CON DIOS

HABLAR CON DIOS

Salvador Cortés Pedraza


Hablar con Dios, siempre es orar. Siendo esto así, debemos guardar el necesario cuidado cuando, con el Señor, hablamos. Por  causa de una falta de respeto vamos a cometer un  pecado, que, fácilmente podríamos evitar, con solo  tener en cuenta, la majestad del Creador.
Yo me maravillo ante el desconocimiento que a este respecto se ven en las congregaciones, porque, si en las congregaciones andamos con semejantes errores, qué no será cuando estamos en la calle.
La oración perfecta no debe nacer de nuestro cerebro, sino de nuestro corazón, porque nuestro cerebro es capaz de buscar palabras bonitas y biensonantes para decorar nuestro hablar, mas esta posibilidad o facultad, no la tiene el corazón.
Oramos demasiado con la cabeza y poco con el corazón. Con la cabeza incluso podemos aprender palabras que realmente no entendemos y decirlas sin el menor impedimento por parte de nuestro corazón. Esto no ocurrirá de ninguna manera, si el Espíritu habita en él. Buscar a Dios es uno de los mandamientos de Dios; el primero, dice  también la Palabra. Debemos tener conciencia de que hablamos con nuestro Creador y, si no entendemos lo que decimos, no debemos decirlo. Dios también tiene en cuenta la atención y empeño por no ofenderle que pone la persona que se dirige a Él.
Algunos se parapetan tras su propia ignorancia para autoaprobarse, pero Dios no les va a justificar. Queremos ser obreros del Señor para trabajar sin adiestramiento. Queremos ser soldados de Dios sin hacer instrucción, mientras que para el mundo nos preparamos concienzudamente. He visto ha muchos justificarse y justificar a los demás, como si lo que debiéramos saber fuera tan difícil; pero si lo miramos bien, es algo casi natural, algo que lo saben hasta las plantas. 

Una mañana recibo una llamada: un hermano me llama para decirme que no podría venir al culto, había muerto su perrita y debía arreglar el asunto del sepelio o incineración del animal. Mi esposa, una persona, que apenas tiene cultura, se sorprendió y disgustó un poco. Yo, que soy capaz de escribir esto, valoré la pena que mis hermanos tendrían, porque sabía que amaban mucho a su perrita y les dije que no pasaba nada y que me hacía cargo de su problema. Sin embargo, la sorpresa de mi esposa, me hizo recapacitar y llevarme a sentirme mal. Por supuesto que pedí perdón al Señor, porque si no lo hago el pecado habría sido doble. Lo que se necesita saber para entender la importancia del Creador, nada tiene con las matemáticas, ni con la historia ni con el saber escribir o no. En el conocimiento de Dios no debemos ponernos metas: Dios añade según nuestros deseos, pero Dios añade lo necesario y sabemos que, el mucho saber, no es precisamente, algo eximente, sino todo lo contrario.  
También al ser preguntado por otro hermano al ver que faltaba el herma-no. Yo le dije lo ocurrido. Él se sonrió y, yo le pregunté.   ¿Por qué sonríes? Él solo me dijo: “Deja que los muertos encierren a los muertos”. Mi sorpresa fue mayúscula, porque yo sabía que aquel hermano no tenía nada de cultura, ni siquiera lo elegíamos para orar, porque en público se atragantaba y no podía decir nada. Él nos había pedido que no le sacásemos porque pasaba mucha vergüenza al quedarse sin saber qué decir. Sin embargo, el gozo para mí, fue extraordinario, porque ambos se habían dado cuenta de que Dios les parecía más importante que todo lo que nos rodea; aunque se trate del ser más querido, Dios debe estar por encima de él. Este conocimiento es el que nos lleva a aprender que cuando le decimos a Dios que es Omnisciente, sepamos lo que estamos diciendo.
¡Hoy estamos tan distraídos! ¡Son tantas cosa a nuestro alrededor que nos entretiene! Tenemos poco tiempo para mirar retrospectivamente, mirar nuestro interior, que olvidamos que es una mansión que debe estar dispuesta para ser habitada por Aquel que todo lo controla.   


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