sábado, 2 de marzo de 2019

LA PREDICACIÓN MÁS GLORIOSA: EL EJEMPLO.

LA PREDICACIÓN MÁS GLORIOSA
“EL EJEMPLO”
Salvador Cortés Pedraza
Tito 2:2 Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Esta es la clave: debemos enseñar (lo que está de acuerdo) con la sana doctrina. No nos está diciendo Pablo que nos sujetemos a la letra, como muchos dan a entender, sino al fundamento, que es mucho más extensivo que la misma letra. Por eso la Palabra de Dios nos dice (lo que está de acuerdo) Se nos presenta un maravilloso campo donde podemos hacer que la Palabra de Dios fluya como el glorioso manantial de sabiduría que es.

Santiago 2:18 Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras.»

¿Cómo podremos predicar la sana doctrina, si no entendemos qué son las obras? Las obras pueden ser de tres clases:
1.   Buenas
2.   Malas
3.   Regulares  o coyunturales.

       1  Las obras buenas, muestran la benignidad de la persona y estas pueden edificar y honrar a nuestra familia, amigos, nación o pueblo. Pero por encima de todo, debemos honrar a Dios con ellas. Son buenas, estas obras,  porque a cada uno de ellos les añade bien. Pero los hijos de Dios debemos saber que toda obra aparentemente buena, puede que no sea todo lo buena que debiera o que nos parezca. Por eso todos debemos hacerlo buscando de antemano la bendición de Dios. Esto no significa dejarse aconsejar por esta u otra persona que creamos capacitada, sino que debemos hacerlo contrastando con la Palabra  lo que vamos a hacer; no lo que hicimos, sino lo que haremos. Las buenas obras para el cristiano no deben referirse a acciones puntuales, sino a un criterio, a una cualidad, una actitud perpetua. Una obra buena con otras malas se convierte en mala, por eso el pecado, que es la mala obra todo lo pudre y corrompe. Ya sabéis mis hermanos; ayudar a una persona en un momento determinado o a ti mismo, es bueno si es algo que lo haces siempre porque tu disposición es para hacer el bien en todo momento. Ya hemos hablado de las obras buenas y de las malas por ende. Ahora hablemos de las regulares o coyunturales:
        De estas, aunque ya las hemos incluido en lo anterior, debemos hablar con detenimiento. Estas son las obras que a más gente lleva a la condenación. Estas obras, para muchos, sirven de justificación. Ellas también facilitan el gloriarse ante los demás. Pero lo más peligroso es, que nos crea una situación placentera del deber cumplido. Por lo general, así proceden los muertos en sus pecados.   

       Santiago 2:26 Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras, está muerta.

Se ha perdido mucho tiempo discutiendo sobre las obras y muchos ni quieren oír hablar del tema, pero es necesario hablarlo, porque, yo tengo para mí, que realmente no entendemos muy bien este concepto de las obras. Nuestro cerebro piensa y, nuestros pensamientos, pueden quedarse parados y encerrados en nuestro cerebro, o, ser transformados por nosotros mismos en obras; estas son hechos. Pero tanto los que quedan en nuestro cerebro, como los que se convierten en obras, pueden ser pecados. Sabemos que los pecados son motivados de dos maneras diferentes de actuar: por acción o por omisión.  

Santiago 4:17 El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado.

Por acción ya sabemos por qué: hemos hecho el mal
Por omisión también lo sabemos: pudimos hacer el bien y no lo hicimos.

Algunos psicólogos y otros estudiosos del comportamiento humano, declaran que, la noción de pecado, es coactiva y por tanto limitante al desarrollo de la personalidad; pero olvidan, que dicha noción, desde el principio ya estaba introducida en el gen humano. Solo bastaría un cambio de nombre: Pecado= Mal o maldad. Porque es solamente eso el pecado y también, dolor, sufrimiento, carga, desesperanza, soledad, aflicción, odio, etc.
  
Imaginemos que la vida es un castillo de piezas que vamos construyendo. Las piezas han de ser de calidad (buena) y vamos edificando nuestras vidas con decisión y gozo, porque lo creemos un deber, y, de pronto colocamos una pieza defectuosa. El castillo se nos cae a plomo y se crea un caos difícil de reconstruir. Pensemos que muchas piezas se han roto por causa de la pieza mala que hemos puesto.

Muchos se toman a broma esto del pecado. Pero la vida nos la ha dado Dios y a nosotros nos ha capacitado o nos puede capacitar para que la vayamos edificando de manera que no la destruyamos. No es Dios el que destruye nuestra vida, sino nosotros mismos.

Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén





Domingo, tres de marzo, del 2019

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