LA ACTITUD QUE DIOS
ESPERA DE AQUEL QUE ES CRITICADO
Salvador Cortés Pedraza
Salvador Cortés Pedraza
Quiera Dios concedernos
la gracia de guardarnos de ese mal tan vil de hablar mal de los demás. Velemos
para no ser hallados incurriendo en este mal contra aquellos que son tan
queridos para Él, y que tanto le ofende.
No hay un solo miembro
del pueblo de Dios en el cual no podamos hallar algo bueno, con tal que lo
busquemos de la manera correcta. Ocupémonos únicamente en lo bueno;
detengámonos en lo bueno y procuremos fortalecerlo y desenvolverlo de todas las
maneras posibles.
Por otro lado, si no hemos podido descubrir lo bueno en nuestro hermano y
compañero de servicio, si nuestro ojo sólo ha logrado ver extravagancias, si no
hemos logrado hallar la chispa de vida entre las cenizas, la piedra preciosa en
medio de las impurezas; si sólo hemos visto lo que era de la naturaleza carnal,
en ese caso corramos el velo del silencio sobre nuestro hermano, con amor y
benevolencia, y hablemos de él solamente ante el trono de la gracia.
Asimismo, cuando nos toca estar en compañía de aquellos que dan rienda suelta a la perversa costumbre de hablar en contra de los hijos de Dios, si no logramos cambiar el curso de la conversación, LEVANTÉMONOS Y ABANDONEMOS ESE LUGAR, dando con ello testimonio contra lo que es tan aborrecible para Cristo. Jamás nos sentemos junto a un difamador para escucharlo.
Podemos estar seguros de que está haciendo la obra del diablo, e
infligiendo un daño positivo a tres distintas personas: a sí mismo, a su oyente
y al sujeto, que es blanco de sus censuras.
Hay algo de perfecta
belleza en el modo en que Moisés se condujo en la escena ante nosotros (Números
12). Se mostró de veras un hombre manso, no solamente en el caso de Eldad y
Meldad, sino también en el asunto más angustioso y delicado de Aarón y María.
En el primer caso, en vez
de estar celoso de aquellos que fueron llamados a compartir su dignidad y
responsabilidad, se regocija de la obra de ellos, y ruega para que todo el
pueblo de Dios pueda poseer el mismo privilegio sagrado.
En el segundo caso, en
vez de experimentar y guardar resentimiento contra su hermano y su hermana,
estuvo bien dispuesto en seguida a tomar el lugar de intercesor: “Y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah! señor mío, no pongas ahora sobre
nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado, y hemos pecado.”
No quede ella ahora como
el que nace muerto, que al salir del vientre de su madre, tiene ya medio
consumido su carne. Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh
Dios, que la sanes ahora” (Números 12:11-13).
Aquí Moisés exhala el espíritu de su Señor, y ruega por los que hablaron tan agriamente contra él. Ésta era la victoria, la victoria de un hombre manso, la victoria de la gracia.
Un hombre que conoce su
verdadero lugar ante Dios, es capaz de elevarse por encima de todos los males
que se dicen de él; y no se aflige por éstos, sino únicamente por aquellos que
los pronuncian.
Es capaz de perdonarlos.
No es susceptible (picajoso) , no es tenaz (terco, tozudo, cabezón), ni ocupado
en sí mismo. Sabe que nadie lo podrá colocar por debajo de lo que merezca, ante
Dios; y, por tal motivo, si alguien habla contra él, puede inclinar la cabeza
con mansedumbre y continuar su camino, encomendándose a sí mismo y su causa a
Aquel “que juzga justamente” y que “pagará a cada uno conforme a sus obras” (1. ª Pedro 2:23; Romanos 2:6).
Tal es la verdadera dignidad. ¡Ojala que podamos comprenderla un poco mejor, y entonces no estaremos tan dispuestos a encendernos en ira cuando alguno crea que es lo justo hablar con descrédito de nosotros o de nuestra obra; al contrario, bien podemos elevar nuestros corazones en ferviente oración por ellos, trayendo así bendición sobre ellos y sobre nuestras almas!
La llegada de los hermanos amados a esta ciudad de Coín, nos ha servido de enseñanza práctica de parte del Señor, a recibir primeramente en amor, a curar las heridas que el camino nos dejó, a lavarle los pies a aquel que fue criticado, que quiere decir, a cubrirlo, a olvidar sus errores porque a quién mas le dolió fue a él; y que los fracasos, nuestros fracasos, revelan dos cosas y en todos nosotros además: la voluntad de Dios y la manifiesta naturaleza caída de cada uno de nosotros que se manifiesta una y otra vez y esta naturaleza nuestra, busca gloriarse sin poder lograrlo nunca. Solo si somos cubiertos por la Gracia de Dios, podremos presentarnos santos ante El Santo.
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