domingo, 3 de febrero de 2019

EL ESPÍRITU SANTO

EL ESPÍRITU SANTO 
Capítulo 1º

Hemos visto que la Biblia revela que, el Espíritu santo es una persona, no una cosa. Lo llamamos Él, en lugar de “eso”. Al mismo tiempo, la Biblia también nos revela que el Espíritu Santo es una persona divina. Es Dios. En este estudio, vamos a firmar esto, una y otra vez.

Durante muchos siglos se sostenido una encarnizada batalla acerca de la divinidad de Jesús. En cada generación ha habido muchas personas empeñadas en reducir a Jesús a un mero ser humano.

La confesión de la iglesia ha enseñado que Cristo es el hombre—Dios; una persona con dos naturalezas, humana y divina. Y en el Concilio de Calcedonia; en el año 451 d.C. la iglesia declaró que Jesús era verdaderamente hombre (vere homo)  y verdaderamente Dios (vere deus).

En la Historia de la Iglesia, cuatro siglos han estado marcados por severos debates en cuanto a la deidad de Cristo. Estos fueron los siglos IV, V, XIX y XX.  Menciono esto porque, casualmente, estamos viviendo en uno de los siglos en que la deidad de Cristo se ha discutido más acaloradamente.

Un libro editado ocasionó toda una revolución entre los detractores de Cristo—como no podía ser de otra manera. El libro se llamó “El mito de Dios encarnado” y cuestionaba gravemente la deidad de Jesús.

Lamentablemente, el libro no fue escrito por alguien que se encontraba fuera de la iglesia, sino, más bien por respetados maestros de teología.

Los verdaderos cristianos, deberíamos considerar a los teólogos como funestos personajes cuando intentan clarificar o hallar la lógica o esencia de Dios, y es lo que siempre tratan. Porque sabemos que nos está vedado a los seres humanos, que solo podemos saber lo que Él nos ha permitido que sepamos.

Se ve a Cristo de diferentes maneras: como el más grande de los hombres, un profeta singular, el ejemplo supremo de la ética, un modelo de autenticidad existencial, un símbolo del espíritu revolucionario humano, un poder angélico, y hasta un hijo “adoptado” de Dios.

Todas estas designaciones, sin embargo, incluyen habitualmente, la idea de que Jesús es una criatura, un hombre o ángel creado por Dios.

Todos estos calificativos o enfoques implican la idea de que Cristo tuvo un principio en el espacio y el tiempo. Se niega su eternidad y coesencialidad  con Dios.

Algunas religiones modernas exaltan a la persona de Jesús en forma tal que este funciona como uno de los puntos centrales de su devoción religiosa pese al hecho de que lo vean como una criatura.

Tanto los mormones como los testigos de Jehová ven a Jesús como un ser creado, pero aún así le rinden una considerable devoción.

Si, semejante devoción, encierra una verdadera adoración, entonces, lamentablemente, debemos concluir que estas religiones son, en esencia, idólatras, pues, la idolatría es la adoración a alguien o algo fuera del Dios Eterno. Adorar a criaturas es idolatría.

El mormonismo puede insistir en que Jesús es el Creador del mundo, pero que, aún así, su acto de creación es posterior al m omento el que Él mismo, fue creado por Dios.

La idea es más o menos la siguiente: Dios creó a Jesús y luego Jesús creó el mundo. En este caso Jesús es tanto Creador como criatura.

Si Jesús no es Dios, entonces se deduce que el cristianismo ortodoxo es fundamentalmente herético.

Va en contra de la unicidad de Dios y adscribe adoración al Hijo y al Espíritu Santo, los cuales, no son divinos.

Si, por otra parte, el Hijo y el Espíritu santo, son verdaderamente divinos, entonces debemos concluir que los testigos de Jehová son falsos testigos de Jehová y que el mormonismo es una secta herética, no cristiana.

Aunque hay muchas iglesias llamadas cristianas denominacionales—demasiadas  en mi opinión—la mayoría de ellas reconocen a las otras, aunque no tengan comunión con ellas, como formas verdaderas aunque, imperfectas, de expresión cristiana.

Los baptistas, por lo general, consideran a los presbiterianos, como una expresión válida de la iglesia cristiana universal. Los presbiterianos reconocen que los luteranos son verdaderamente cristianos, pero los demás no.

Las diversas organizaciones cristianas suponen que aunque difieren de otras organizaciones, en algunos puntos doctrinales, esos puntos particulares, no son absolutamente esenciales para el cristianismo verdadero.

La causa de que la mayoría de los cristianos no reconozcan a los mormones y testigos de Jehová como iglesias cristianas es que la deidad de Jesús y el Espíritu Santo se consideran afirmaciones esenciales para el cristianismo que aparece en la Biblia.

Lo mismo podríamos decir del unitarismo (otro movimiento cristiano) que también niegan la deidad del Hijo y del Espíritu santo.

Mientras los debates en contra de la deidad de Cristo han sido tremendamente encarnizados, no lo han sido de igual manera, los que se han realizado contra el Espíritu santo.

La Biblia representa claramente al Espíritu Santo como poseedor de atributos divinos que ejerce autoridad divina, hasta el punto de que el siglo IV, aquellos que estaban de acuerdo en que el Espíritu santo era una persona, raramente han negado su deidad.

Es decir, aunque ha habido muchas disputas en relación con la pregunta de si el Espíritu es una persona o, por el contrario, una “fuerza impersonal”, una vez que se admite que se trata verdaderamente de una persona, el hecho de que sea una persona divina encaja fácilmente

Esto no resulta demasiado sorprendente; después de todo, el Espíritu nunca ha asumido forma humana, como hizo el Hijo, (no podía ser simplemente un ser humano), que es lo que muchos herejes dicen acerca de Jesucristo. Un espíritu debe ser obviamente, un ser espiritual.

En la Escritura encontramos una alusión frecuente a la deidad del Espíritu Santo. En el antiguo testamento, por ejemplo, lo que se dice de Dios, se dice también del Espíritu de Dios.

Las expresiones “Dios dijo” y “El Espíritu dijo”, se intercambian repetidamente.  Se dice que la actividad del Espíritu Santo es la actividad de Dios.

Los mismos fenómenos ocurren en el Nuevo Testamento. En Isaías 6:9, Dios habla y dice: “Ve, y di a este pueblo…”

El apóstol Pablo cita este texto en Hechos 28:25 y lo presenta diciendo: “Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta”. Vemos como el apóstol atribuye el hablar al Espíritu Santo.

Del mismo modo Pablo declara que los creyentes somos el Templo de Dios, porque el Espíritu Santo mora en nosotros. (Efesios 2:22, 1 Corintios 6:19, Romanos 8:9-10.

Si el Espíritu Santo mismo no es Dios ¿cómo podría ser correcto llamarnos Templo de Dios solo porque el Espíritu Santo mora en nosotros?

Podríamos decir respondiendo a esta pregunta que Dios ha enviado al Espíritu Santo y que, por tanto, Este representa a Dios, lo que significaría que Dios está allí donde es representado por alguno de sus instrumentos activos.

Pero esto sería jugar, irresponsablemente, con el significado del texto. En toda la Escritura, se identifica al Espíritu Santo como Dios mismo y no se le retrata meramente como un representante comisionado de Dios.

En Hechos 5: 3-4, leemos: —Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo y sustrajeras del producto de la venta de la heredad? 4 Reteniéndola, ¿no te quedaba a ti?, y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

Vemos aquí una mentira dirigida al Espíritu santo; una mentira dirigida a Dios mismo.

Cristo y los apóstoles describen repetidamente al Espíritu Santo como un ser que posee la perfección y los atributos divinos.

La blasfemia contra el Espíritu Santo se considera como el pecado imperdonable. Si el Espíritu santo no fuera Dios sería improbable que una ofensa a Él se considerase imperdonable.

El Espíritu Santo es Omnisciente. Él lo sabe todo. ¿No es este un atributo de Dios? La omnisciencia es una marca de la deidad, no de las criaturas, que están limitadas por el tiempo y el espacio.  Estos límites, imponen una restricción sobre el alcance del conocimiento que poseen.

Pablo declara en 1 Corintios 2:10-11: Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios, 11 porque ¿quién de entre los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

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